Una mujer estaba agónica en su lecho de muerte. Su esposo mantenía constante vigilia a su lado. El sostenía su frágil mano y mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, él oraba por su esposa. Ella lo miró y sus pálidos labios comenzaron a moverse:
- Mi amado -susurró.
- Calla… -dijo él- descansa. Shhh. No hables.
Ella insistentemente dijo con su cansada voz:
- Tengo algo que confesarte.
- No hay nada que confesar. Todo está bien, duerme.
- No, no, yo debo morir en paz…, Yo me acosté con tu hermano, tu mejor amigo y tu padre.
- Ya lo sé, por eso te envenené… Estamos parejos.